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Maxi Ríos: un viajero con el alma inquieta y el básquet como excusa

Martes, 24 de Mayo de 2022 / Publicado en Liga Federal
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Charla a fondo con el experimentado base de Santa Paula, candidato al ascenso en la Liga Federal. Su intachable trayectoria lo trasladó sitios y situaciones infinitas que supo procesar y convertir en sabiduría.

“Cada año aprendés estilos de juego y de vida nuevos, pero también toca enseñar, porque al tener experiencia y encima siendo psicólogo puedo transmitir mensajes que los pibes valoran mucho. No tiene sentido guardar el conocimiento, prefiero ayudar a evolucionar””, indica Maxi, campeón del último Federal con Jáchal, en una de las tantas reflexiones que regaló en esta entrevista. Cuando el básquet es mucho más que básquet.

Su documento indica 41 años y contando, pero su vitalidad confundiría a cualquiera. Nació en 1981 en San Nicolás, ciudad que motivó su amor por la naranja, jugando primero en Belgrano, después el Automóvil Club y más tarde en Regatas, donde se convirtió en profesional. Su camino continuó en EE.UU., como estudiante y como atleta, para extenderse luego a un amplio abanico de países y ciudades argentinas. Ganó, perdió, fue cortado, gritó campeón, compartió con infinidad de compañeros y entrenadores, las vivió absolutamente todas, y aún no visualiza un horizonte en su inspiradora carrera.

Actualmente, defiende los colores de Santa Paula, pronto a disputar los cuartos de final de su Conferencia en la Liga Federal. Y, si bien dialogamos sobre el ilusionante presente en Gálvez, nos contactamos con Ríos para bucear en sus mejores recuerdos, conocer su extraordinaria manera de pensar, y profundizar en una manera de pensar que lo instala como un verdadero ejemplo. Maximiliano es cálido, intelectual, creativo, autoexigente y altruista, trabaja en su cuerpo y su espíritu de forma especial, y es uno de los más interesantes personajes de nuestro básquet.

-¿Cómo comenzó tu larga historia el básquet?
-Mi abuelo y mi viejo habían jugado, mientras que yo comencé a los 4 años. Somos 3 hermanos, pero con el mayor no parábamos de molestar en casa, entonces mamá nos llevó al club Belgrano, ¡a hacer ajedrez! Imaginate, a esa edad queríamos correr y golpearnos, no estar sentados, teníamos una energía que nos terminábamos tirando las piezas por la cabeza… (Se ríe). Nos aburríamos tanto que mirábamos cómo jugaban al básquet cerca de nosotros, entonces nos anotaron ahí.

-¿Qué recuerdos tenés de tus inicios en Primera de la mano de un joven Sergio Hernández?
-A Oveja lo recuerdo no tan estructurado como la mayoría de entrenadores, él era un avanzado, un formador de grupos que se preocupaba mucho por sus dirigidos. Yo estaba obsesionado, entrenaba con cadetes, juveniles, primera local y liga, además del tiempo que tiraba solo. Me di cuenta que no sería grande ni alto, entonces reconocí mis virtudes e intenté pulirlas; muchos dicen que hacía y hago un gran esfuerzo, pero no lo veo así porque cuando algo te apasiona, no te cuesta. Amo levantarme para ir a entrenar, me genera un positivismo que me permite seguir mejorando aún con 41 años.

-¿Cómo se dio tu llegada a EE.UU.? En esa época era más complicado jugar en el extranjero…
-Hoy es muy fácil que te vean desde cualquier parte, sólo debés entrar a YouTube para conocer un jugador, pero antes debías pagar para que te filmen, ir a un lugar de edición, hacer varias copias, enviarlas por correo, rezar para que lleguen, las vea la persona indicada y finalmente le intereses. Así y todo, a Francisco Rasio (hermano de Lisandro) y a mí, nos recomendó Carl Amos (NdeR: norteamericano que brilló en la LNB), pero mis padres me exigieron terminar el secundario. Fran se fue y yo lo visitaba todas las vacaciones en Miami en busca de una beca, hasta que me invitaron a un torneo de verano. Acostumbrado a jugar en Liga, la descocí; volví y empezaron a llegar cartas queriendo reclutarme, y así me mudé a EE.UU.

-¿Qué me podés contar de esa vida universitaria en Georgia?
-Yo estudiaba inglés porque ya tenía en la cabeza jugar afuera, pero tuve que aprender su dialecto que es más callejero, y allá cursaba Psicología debiendo mantener cierto promedio, entonces también tuve que enfocarme en eso. Aunque los jugadores teníamos una vida agitada durante la temporada, la vida social era increíble: vivía en el campus junto a otros 6.000 estudiantes, y a Clayton State asiste gente de todo el mundo, compartía clases con yankees, chinos, mexicanos, europeos, una hermosa diversidad que ayuda a expandirte culturalmente.

-Al tiempo, te sancionaron por haber sido profesional previamente. ¿Cómo superaste ese obstáculo y terminaste jugando en Europa?
-Fiché para ser base titular en la División 1 de la NCAA, pero visitando Argentina me llegó la notificación de que no podría jugar por un año a nivel profesional, por haber incumplido esa regla. Fue un bajón terrible, me sumé al Boxing Club de Río Gallegos en una liga amateur, hasta que en la siguiente temporada me reclutaron nuevamente de Clayton, donde tuve un muy buen rendimiento. Luego, surgió la oportunidad de ir a Luxemburgo, y el entrenador que era portugués me llevó a jugar a su país en un torneo que comenzaba enseguida, pero le pedí que me espere tres semanas para cargar la mochila y recorrer Europa. Al terminar la temporada, volví a EE.UU. a terminar la carrera y retorné a San Nicolás para jugar el TNA.

-A pesar de no ejercer, te quedó ese instinto de vocación y de ponerlo en práctica tus estudios en situaciones diarias, ¿no?
-A la psicología la podés aplicar en todo, con tu familia, amigos, pareja, trabajo o cualquier ámbito. Desde que me recibí, ayudo gente de manera gratuita, simplemente por vocación, creo que lo heredé de mi madre, quien es periodista y trabajaba en un programa radial donde se dedicaban a solucionar problemas de oyentes. Suelen contactarme adolescentes algo desorientados respecto a qué rumbo tomar o personas más grandes con alguna crisis de vida, y además me dedico a la nutrición, entonces también aporto por ese lado.

-Dentro de tu extensa trayectoria, tuviste un gran año en Quilmes, consiguiendo el ascenso y compartiendo vestuario con unos pibitos interesantes. ¿Cómo viviste esa etapa?
-Fue el mejor año de mi carrera, Quilmes fue el primer club que me llamó para ser campeón, Mar del Plata me encantó y el apoyo de la gente era una locura. Yo jugaba como escolta, y Luca Vildoza y Taya Gallizzi eran suplentes, imaginate el equipo que teníamos. Luca tenía 16 y no jugaba tanto, pero Tolita Cadillac se lesionó en semis, entonces pasó a ser titular y apenas agarró la pelota demostró todo el talento que veíamos en cada entrenamiento. Ahí entendí que era distinto, no sólo jugaba bien sino que tenía otra mentalidad, por eso no me sorprende su presente NBA.

-Hoy, con 41 años y viniendo de ser campeón en Jáchal, estás en Santa Paula. ¿Qué me podés decir de tu presente en Gálvez?
-Este plantel se armó para ascender, y a mi altura es muy lindo jugar para un candidato. Es un lugar súper organizado, donde sólo debés enfocarte en jugar, y en lo deportivo me encontré con otro básquet: venía de jugar más seteado en Jáchal y Zárate, pero acá se apuesta al dinamismo e intensidad, a un juego moderno, corriendo y lanzando mucho de tres. De esa forma, perdimos sólo cuatro juegos en la temporada, superamos los octavos ante un muy buen Belgrano y haremos todo lo posible por llegar a la final.

-Si tuvieras que hacer una reflexión sobre tu carrera, ¿qué se te viene a la cabeza? ¿Con qué te quedás de todo lo atravesado?
-Creo que la carrera es como una montaña rusa de emociones, un constante cambio que considero hermoso, no me imagino haciendo otra cosa, incluso me parece raro cuando estoy mucho tiempo calmo. En esta profesión estás permanentemente rindiendo examen, existe mucha presión, pero me resulta maravillosa. Quienes hacemos lo que amamos, somos privilegiados, tuve la fortuna de saber desde chico que quería trabajar de esto, sin importar categoría o lugar en el mundo. Una clave en mi recorrido es que nunca paré, en cada receso encontré un lugar para seguir jugando, y sin dudas la alimentación es fundamental para mantener el estado físico.

-¿Ya sabés qué será de tu vida tras el retiro de la actividad?
-No soy de planificar, voy dejando que todo fluya, pero sé que hay opciones. Tengo la idea de formar un triángulo terapéutico con otros profesionales abarcando psicología, nutrición y preparación física, pero también amo el básquet y me encantaría ser entrenador ya sea en inferiores o en Primera. Sí estoy seguro de que, cuando me retire, me tomaré al menos un año para viajar, visitar amigos y conocer nuevos lugares, es algo pendiente.

-¿Cuál es tu relación con la música y qué representa en tu vida?
-Las 24 horas del día tengo una melodía en la cabeza, incluso mientras juego, no concibo una vida sin música. Siempre me gustó, de hecho empecé a estudiar inglés a través de canciones, y para viajar siempre grababa un cassette diferente. Mientras vivía en USA, me regalaron una guitarra, aprendí a tocar de manera autodidacta y formé una banda llamada ‘Vieja’s Café’, con la que hasta llegamos a presentarnos en bares, unos sinvergüenzas… (Se ríe).

-Algunos años atrás, publicaste una sentidas palabras sobre lo complicada que puede ser la vida de un deportista, con altibajos, incertidumbre, mudanzas, complejidad para mantener relaciones… ¿Hoy qué pensás al respecto?
-Lo volvería a escribir porque es real, nuestra carrera está llena de frustraciones y la mayor parte del tiempo estás solo. Te lesionás, jugás mal, perdés, quedás fuera de competiciones, pero también depende de tu inteligencia emocional el transformar las adversidades en algo positivo. El deporte enseña a adaptarte, siempre estás en un lugar distinto y con gente nueva, de diferentes edades y clases sociales. Las generaciones cambian y yo no pretendo que los juveniles me lleven el bolso como pasaba antes o poner rock en el vestuario, tengo que mimetizarme y escuchar a Duki… (Se ríe).

-¿Dónde encontrás tu energía positiva, tu felicidad? ¿Y cómo te describirías?
-Lo importante es ver cómo uno reacciona ante la escasez, cuando por ejemplo en mi caso no tenga más el básquet. Pero no dejaré de ser feliz y positivo, porque es una elección, un hábito, es encontrar lo bueno en lo malo, ayudar a quien necesita e imitar a quien hace bien las cosas. La gente es demasiado ambiciosa e inconformista, pero a veces es necesario mirar hacia abajo y darte cuenta de todo lo que tenés; quien sabe valorar y no se cree ni más ni menos de lo que es, seguramente estará bien. Yo soy un afortunado que pudo cumplir la misión de vivir de lo que ama, y que tiene al karma como religión, considerando que todo lo que hacés, volverá.
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