Con la base de su plantel mundialista, y una concreta expectativa de medalla, la Selección Argentina llegó a los Juegos Panamericanos de Lima como una de las candidatas a quedarse con el torneo. Por nombres y jerarquía, el mote no le quedaba para nada grande. Pero debía confirmarlo en la cancha. Nadie sabría cómo podría responder el equipo a una situación límite. Pero valía la pena enfrentar el dilema en competencia. Y la competencia trajo novedades.

Porque después de un debut sin sobresaltos ante un Uruguay con muchas bajas, llegó el turno de enfrentar a República Dominicana, dirigida por un entrenador ideal para estos torneos: Néstor García. El DT bahiense realizó un planteo excelente y llevó a nuestra Selección a un juego anárquico, deslucido y confuso, que bien pudo haberle costado la derrota, salvo por un triple milagroso de Luca Vildoza que llevó el encuentro a tiempo suplementario y a quebrar más tarde la historia con la jerarquía de las individualidades. Argentina era flamante semifinalista, pero en su primera prueba de peso había tambaleado como un boxeador principiante. Y si las sensaciones después del segundo día de competencia fueron agrias, las que quedaron tras el partido con México directamente fueron negativas. El equipo de Hernández (importante aclaración: sin Campazzo, ni Scola) terminó derrotado con justicia por un rival, a priori, absolutamente inferior. Lo más alarmante de esa caída, no fue el resultado en sí, que no cambiaba la ecuación: lo que preocupaba era la falta de fluidez propia.

Ante ese contexto, el rival de semifinales se presentaba como una prueba de fuego: Estados Unidos, candidato a medalla a pesar de su plantel de juveniles, había caído sorpresivamente ante Puerto Rico quedando en el segundo lugar del Grupo A. Una semifinal que bien podría haber sido final. Bien. Todas las dudas que generaba hasta allí la Selección, toda la incertidumbre que despertó el balance de la primera fase, todas las críticas que empezaron a llover de la nada quedaron reducidas a la máxima intrascendencia después de la exhibición de básquet que desplegó el equipo de Hernández. Fue una paliza absoluta. Argentina cerró el juego con 39 puntos de diferencia.

Esperaba Puerto Rico en la final. Un rival que no tenía a todas sus figuras, pero que había ido de menor a mayor en el torneo y que no tenía absolutamente nada que perder, como cada uno de los equipos que había ido enfrentando el elenco nacional en su camino al partido decisivo. La paridad absoluta duró un cuarto, después Argentina se escapó a diez y terminó cerrando con holgura, de la mano de un Campazzo brillante (12 asistencias) y un Scola clave en ofensiva (28 puntos). La Selección era de Oro. Después de las dudas, los temores, la inseguridad y la presión, el equipo se sobrepuso para adjudicarse el primer puesto de un Panamericano tras 24 largos años (la última vez había sido en Mar del Plata 95). De paso, significó el primer título de Sergio Hernández como DT de la mayor.