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A horas de que el seleccionado argentino juegue un partido trascendental ante Nigeria en la búsqueda de la clasificación a los cuartos de final en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, Manu cuenta con lujo de detalles cómo vive él un día en la Villa Olímpica.
Hoy cuando me levanté me tuve que enfrentar con una difícil decisión. Cambiarme y desayunar muy rápido para ir al All England a ver a Delpo o quedarme descansando en la Villa, comer como se debe y mirarlo en la comodidad del sillón del departamento. Mi viaje a Wimbledon del miércoles pasado había sido excesivamente largo e incómodo como para repetirlo. Y no quería nuevamente arriesgarme a llegar tarde a nuestro entrenamiento. Encima la impredecible lluvia londinense podía, como siempre, entrar en acción y postergar el inicio del partido.
Bueno, la cosa es que decidí quedarme en la Villa, comer tranqui y desparramarme en el cómodo sofá de mi residencia con un par de compañeros de equipo para disfrutar de gran tenis haciéndole el aguante a Juan Martín.
No les voy a describir el partido porque seguramente todos, o casi todos, lo vieron. Sólo les voy a contar un poco lo que pasaba por mi cabeza mientras miraba atónito lo que sucedía. Me gusta mucho el tenis, de hecho, cuando puedo, lo juego un poco (muy poco) y cuando hay algún campeonato importante lo miro, pero esta vez lo sentía especial, ya había estado con Delpo un par de veces, había compartido con Nalbandián y Pico algunas comidas en la Villa y lo sentía como parte de mi equipo.
Las primeras sensaciones fueron de admiración, no sólo por el talento que estaban mostrando sino también por la tenacidad y resistencia. Jugar un partido de 4hs 30′ es durísimo, pero hasta lo puedo entender: hay descansos y algo se para entre punto y punto. Pero lo que debe ser tremendo de sobrellevar es la constante presión de no poder fallar. Creo que las últimas tres horas de juego fueron durante el tercer set, que era el definitorio, y en el que un mal game de saque prácticamente te dejaba afuera.
En nuestro caso, creo que es un poco más fácil. Y además uno tiene compañeros con los que se comparte la presión y la responsabilidad. ¡En eso el tenis es tremendo! No poder parar un segundo, no poder confiar en alguien de al lado que te dé una mano, nada. Fue un partido eterno, inaguantablemente parejo y que tranquilamente podría haber ido para cualquiera de los dos. A Delpo no le tocó esta vez. No pude dejar de pensar en él en toda la tarde, en cómo se debería sentir, en el cansancio físico y mental que seguramente tendría. Y también en la forma en que podría llegar a participar del partido de dobles mixtos que le tocaba disputar casi inmediatamente después con Gisela Dulko. Increíble. No quiero profundizar tanto con este tema porque el día no terminó allí, así que sigo mi relato de la jornada.
Nosotros no pudimos ver el final del partido con Federer porque a las 16.30 de acá teníamos reunión de equipo, por lo que dejamos a Delpo abandonado en el 15 a 15 en games del tercer set para empezar a estudiar un poco a Nigeria. Al terminar la charla nos enteramos del triste resultado y salimos hacia el Lee Valley a entrenar un poco. No hubo novedades por ahí, salvo la buena nueva de la mejoría física de Pablo Prigioni.
Lo interesante fue cuando, al llegar de regreso a la Villa, le propuse a Chapu Nocioni hacernos una escapada al estadio olímpico para ver la final de lanzamiento de bala en la que iba a participar Germán Lauro y muy entusiasmado me dijo que sí. Empezamos a buscar entradas por todos lados pero no había caso, pensamos en ir de guapos y tratar de meternos de caraduras, pero tampoco queríamos arriesgar: los ingleses son bastante estrictos en eso. Después de deambular por oficinas y pedir al Comité, logramos conseguir sólo una gracias a Juan Curuchet… “Y bueh! Vamos!”, dijimos al unísono mientras salíamos apurados a buscar un colectivo de la organización. Fue bastante sencilla la llegada, el estadio queda a solo 10′ de viaje y una vez ahí arrancamos con paso firme a ver el espectáculo. Fue paso firme hasta que un guardia más firme que yo me frenó y me dijo que no tenía la credencial para pasar, que debía tener una entrada y que sólo la podía conseguir en información para atletas. Nos miramos con Chapu y con mis ojitos (hasta ese momento brillantes) le dije: “Estamos en el horno”. Es que no teníamos billetera porque veníamos de entrenar. Así que entré a la salita y le pregunté a un señor por entradas. Me miró como tratando de entender si lo estaba cargando o no. Faltó sólo que me dijera: “Nene, son las 20.45, hay 80.000 personas adentro y vos querés una entrada? Volá, gil!”. Busqué un momento a algún cómplice, alguien más flexible que me pudiera dar una solución alternativa y lo encontré: tampoco era tan complicado, otro señor salió de un costado y me dijo que con mi credencial de atleta, por la puerta de ingreso 120 podíamos entrar. Listoooooooooooooo!! Ahí sí, ya casi al trote, encaramos hacía esa puerta y sin problemas nos instalamos en medio de americanos, keniatas y búlgaros.
El estadio estaba verdaderamente lleno: 80.000 almas adornaban coloridamente las gradas descartables. Con la antorcha a sólo unos metros nos pusimos a tratar de descifrar todo lo que estaba sucediendo en la pista en medio de lanzadores de disco, de bala, corredores de 200m, mini coopers alcanzatutto y jueces. Rápidamente identificamos en la otra punta de la pista a los lanzadores de bala y vimos como un polaco hacía volar la “pelotita de siete kilos” a casi 22m de distancia. Minutos después adivinamos (por el inconfundible celeste de su atuendo) dónde estaba Lauro y lo empezamos a seguir un poco. Ya en las posiciones lo ponían sexto porque acababa de lograr un nuevo récord nacional con 20.84m. Tremendo logro para el de Trenque Lauquen que, con esa marca, lograba su primer diploma olímpico.
Mientras sucedía lo de Germán, paralelamente comenzaba la final de los 10.000 metros femeninos. 23 participantes largaron entusiasmadas bajo el mar de gritos del estadio. ¡Claro! Mucho entusiasmo al inicio, pero después de la primera vuelta, quedaban otras 24, o, lo que es casi lo mismo, media hora más. El frío ya empezaba a golpearnos y la llama olímpica no calentaba lo que uno esperaba. Quisimos acercarnos pero un pesista indonesio hacía de tapón. Había que bancársela porque tampoco había libras esterlinas a disposición como para calentar de adentro para afuera con un café o algo similar. Tres japonesas arrancaron endiabladas las primeras ocho vueltas, no obstante no les iba a durar mucho. Tres keniatas y dos etíopes las acechaban. A las 15 vueltas, más o menos, se sabía que de estas cinco participantes no se escaparían las medallas. Kenia, Etiopía, Kenía, Etiopía, Kenia mostraba el marcador electrónico. Iban bien en bloque las cinco hasta faltando dos vueltitas, que fue cuando la campeona olímpica, Tirunesh Dibaba, empezó a acelerar de una manera en la que yo no podría correr los 100 metros. ¡Y llevaba corriendo 29 minutos! El estadio empezó a enloquecer, las keniatas trataban de alcanzarla pero la puntera etíope había cargado FangioXXI y volaba por el tartán londinense. ¡Inalcanzable! Una máquina. En la última recta ya no había nadie que pudiera disputarle nada, el estadio vibraba con una excitante mezcla de aplausos, gritos y flashes. Cuando pasó la linea final, alzó sus brazos, fue feliz a buscar su bandera y a abrazarse con su gente. No pude evitar ponerme de pie junto a los demás atletas y aplaudir emocionado.
Era ya la hora de volver al cole y comentar con Chapu lo que había sucedido para grabarlo en nuestras cabezas y asegurarnos que no nos habíamos perdido detalle.
Hasta la próxima.
Fuente: www.manuginobili.com
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