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Germán Filloy: entrevista con un talento que dejó una huella

Jueves, 13 de Mayo de 2021 / Publicado en Entrevistas, Especiales, La entrevista de la semana, Liga Nacional, Selección Mayor
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En otra edición de "¿Te acordás de...?" hablamos con este alero cordobés de 2m02 que fue estrella en Brasil y Atenas, pero apenas jugó un torneo con la Selección. Repasó su historia y contó a qué se dedica hoy.

“La Selección jamás me deslumbró, no fue mi paradigma. El campeonato que jugué fue como pagar una deuda conmigo mismo y con la gente que me lo pedía”. Germán Filloy podría haber sido uno de los históricos de nuestro seleccionado. Era un talento único, especial, en aquellos años 80, una figura de Atenas de Córdoba. Sin embargo, este jugador sólo vistió la camiseta argentina durante seis partidos oficiales, en el Preolímpico del 88. Así es que, salvo el ambiente del básquet, en especial de aquella época, su nombre no está instalado de manera rotunda en la conciencia colectiva. Lo cierto es que el surgido en Hindú, no sólo se convirtió en pionero al brillar en el campeonato brasileño en épocas de escasos antecedentes, sino que volvió al país para obtener cuatro títulos con Atenas y consagrarse ni más ni menos que como el primer MVP de la Liga Nacional.

Los libros dirán que su posición era de alero, aunque quienes disfrutaron -y quienes sufrieron- sus talentosos 2m02 fueron testigos de un jugador único, polivalente y versatil. En tiempos en los que los más altos eran enviados con los ojos cerrados hacia la zona pintada, Germán podía trasladar como un base, lanzar como francotirador, impactar con su penetración y maniobrar su dúctil cuerpo tanto de frente como de espaldas bajo el canasto. Además, era capaz de defender a cualquier rival, sin importar el lugar que ocupara en la cancha. Vivo como pocos, se presentaba disfrazado de alguien lánguido y tranquilo, pero escondía una inteligencia, calidad y estado físico muy superior al promedio.

Un tal León Najnudel mencionó alguna vez que le encantaba nuestro ambiente apasionado, pero que el básquet se vive sin tirar papeles, ya que pueden lesionar a los protagonistas. Algo de razón tendría el gran León… La carrera de Germán Filloy se truncó a raíz de una lesión de rodilla provocada por un parquet complicado de transitar. A pesar de aquel duro infortunio, supo ser un actor central en los comienzos de la dinastía cordobesa que destronara a Ferro. De sus 201 partidos en la competición doméstica, 188 fueron con los colores del Griego, anotando una media de 12 puntos. Fue un adelantado, un atleta que volaba a nivel del aro, y que podría insertarse sin ningún problema en una era moderna donde los puestos fijos tienden a quedar atrás. Desde Prensa CAB, contactamos al ex-jugador de 63 años para hablar sobre una actualidad personal y familiar todavía ligada al deporte, y revivir su espléndida trayectoria.

-Contame sobre tus inicios como profesional, cuando todavía no se había creado la LNB.
-En el campeonato de Córdoba se veía un básquet de alto vuelo, con tres norteamericanos por equipo, protagonizado por Atenas, Hindú, Redes Cordobesas y General Paz Juniors. Con Hindú, llegamos incluso a jugar ante los seleccionados de Argentina, Puerto Rico y Cuba, y ganamos prácticamente todo a nivel local. En los 80 se fundó un torneo nacional que fue una especie de preliminar de la Liga, una competencia muy fuerte con grandes equipos como Gimnasia de La Plata y Obras Sanitarias, en la que llegamos hasta la final.

-Fuiste uno de los primeros nacionales en jugar en Brasil, en tiempos que no era algo habitual. ¿Cómo se dio esa posibilidad? ¿Cómo fueron los años en Sirio y Flamengo?
-Nos tocó con Hindú participar de competencias internacionales y jugamos ante Sirio, que venía de ser campeón mundial. Recuerdo que yo llegaba de entrenar con la preselección nacional que luego no pudo viajar a los Juegos Olímpicos del 80. Los recibimos en Córdoba, les ganamos bien y personalmente tuve un gran juego. Ahí conocí a su entrenador, quien al tiempo me llamó para sumarme a un equipazo que tenía a Marcel y a casi toda la selección brasileña. Hacía un tiempo Oscar Schmidt había partido a Italia, entonces me llevaron para reemplazarlo. Jugué allí dos temporadas en las que ganamos el torneo brasilero y el sudamericano. Al año siguiente, Flamengo incorporó al núcleo de Sirio -conmigo incluido-, y ahí obtuvimos dos campeonatos cariocas.

-¿Y qué recuerdos te quedan de esa fantástica etapa en Brasil? ¿Cómo te trataron? Fuiste campeón e ídolo, nada fácil siendo argentino...
-El comienzo fue complicado. Yo era considerado el proyecto más importante de Argentina, pero en Brasil pensaban que no era un gran trabajador, así que de entrada me mandaron al banco, me presionaron e hicieron laburar mucho. Hasta ahí, si bien podía atacar como defender, me llamaba más el costado ofensivo. Pero allá me hicieron un jugador más completo, me pusieron a defender mucho y hasta jugar en el poste, porque opinaban que los argentinos defendíamos mejor que ellos, ya que su básquet se basaba en correr y tirar. Costó adaptarme, pero terminó siendo una gran experiencia, tanto así que en mi cuarto año ahí me ofrecieron nacionalizarme y jugar para su Selección, pero decidí retornar a Atenas.

-Al retornar a Argentina, te sumás a un gran Atenas y en tu primera temporada te consagrás campeón y MVP. ¿Por qué decidiste volver? ¿Y cómo viviste esa primera etapa?
-Tuvo mucho que ver la familia y mi tierra. El cordobés es bastante naturalizado de sus sierras. Además, si bien Atenas antes era un rival, siempre habíamos tenido un trato cordial, conocía bien a los dirigentes. Económicamente no había diferencias con Flamengo, así que vine a la Liga Nacional y me fue muy bien. Acá me encontré con jugadores de mucho talento: Marcelo y Mario Milanesio, Pichi Campana, Runcho Prato, Donald Jones, Gastón Blasi, Palito Cerutti. Para la siguiente temporada se sumó Diego Osella. Particularmente, debí asumir un rol importante y tomar decisiones en la cancha, pero por suerte eso nunca me pesó. Todos tenían carácter, pero el grupo se llevaba muy bien. Imaginate que, al día de hoy, con todos nos seguimos reuniendo.

-¿Cómo vivías la apasionante rivalidad que se había formado con Ferro?
-Ferro siempre tuvo buenos equipos. Antes de irme a Brasil, yo había jugado como refuerzo un Sudamericano para Obras, y perdimos un partido increíble. Tenían planteles bien constituidos, con un gran entrenador y un base extraordinario como Miguel Cortijo. Aunque nunca sentí demasiada rivalidad en relación a otros equipos, simplemente pasaba que nuestro desafío era con los mejores equipos, y ellos te exigían. Pero creo que a los clásicos los determina más la gente que los jugadores.

-Si bien tu posición era de alero, en ofensiva podías hacer de todo, y te ha tocado defender incluso pivotes de talla como Diego Maggi. Eras dueño de una versatilidad e inteligencia pocas veces vista, que revolucionó el puesto de alguna forma…
-Yo no era un jugador de rol, eso seguro. Podía determinar rápidamente lo que estaba faltando y hacerlo. En Brasil, al defender tipos mucho más pesados, aprendí a mantener la postura y a suplir la diferencia de kilos. En la Liga no era un base, pero podía trasladar. No era un guardia, pero podía lanzar. En todas las posiciones sabía jugar de espaldas y sabía pasar. Creo que el alero es un jugador que debe hacer de todo un poco en la cancha.

-Luego de la temporada en Pacífico, volviste a Atenas, obtuviste otros dos títulos y fuiste elegido Mejor Sexto Hombre de la 91/92. Pero una lesión empezó a complicar las cosas…
-Me lesioné en Tres Arroyos, porque Pacífico tenía su estadio suspendido. Era un partido discutido en una cancha chica, con características que hoy no existen en el básquet profesional. Era muy típico de nuestra época que el público estuviera prácticamente dentro de la cancha, había que tener mucha presencia para jugar. Marcelo (Milanesio) había perdido la pelota, Pichi (Campana) no había podido trasladar, entonces bajé para llevarla. Las lesiones son difíciles de prever, pero esa noche el parquet estaba lleno de papeles… No recuerdo muy bien lo que pasó, fue bastante traumático. Tuve una rotura parcial de ligamentos cruzados, que luego se transformó en total. Desde ahí empecé a jugar más en el poste, ya que no necesitaba imprimir demasiada velocidad. Con esa pierna jugaba muy limitado, la usaba sólo para apoyar.

-Te retirás en 1993 tras disputar apenas cuatro partidos con Banco Córdoba. ¿Qué sentiste al tener que abandonar la actividad por esa maldita lesión?
-La decisión de dejar el básquet es traumática para todo jugador, sobre todo cuando es por una lesión. Si bien yo tenía 35 años, creo que podría haber jugado cuatro o cinco años más. Siempre habrá consecuencias fisiológicas y psicológicas, pero no queda más que apechugar e intentar transitar de la mejor manera la falta de competencia.

-En la Selección argentina participaste de un único certamen, el Preolímpico de Montevideo 1988. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Arrancó muy bien, pero terminó mal. Si perdíamos el último juego por menos de 15 puntos ante Canadá nos clasificábamos, pero caímos por una diferencia mayor (24). En general, fue un lindo torneo, pero Miguel (Cortijo) -que era muy importante para nosotros- no pudo jugar, y lamentablemente aflojamos antes de tiempo. Podríamos haber conseguido algo más, porque le ganamos a equipos muy fuertes, pero perdimos con otros más débiles.

-Jugaste poco en Selección. Si mirás para atrás, ¿cómo sentís tu proceso, por qué jugaste solo un torneo?
-Muchos técnicos me llamaron, pero por una u otra cosa nunca podía ir. El básquet me transportó a sensaciones incomparables, pero para estar en la Selección debía sacrificar cuestiones ajenas al juego. Mientras estuve en Brasil no pudieron convocarme por cuestiones reglamentarias, cuando regresé ya tenía una familia con tres hijos y en el 87 nació el cuarto. El único tiempo que podía compartir plenamente con ellos, era justamente durante las convocatorias, y algunos dirigentes fueron poco tolerantes al respecto. Además, cuando podría haberme identificado como un jugador de Selección, en la etapa de juveniles, estaba estudiando Ingeniería Agronómica, lo cual me generaba una carga grande. Quizá hoy mi carrera hubiera sido diferente, pero antes era difícil pensar al básquet como una profesión.

-¿Entonces te quedaste con ganas de más con la celeste y blanca?
-Creo que al menos podría haber jugado el Mundial 1990, que se hizo en Argentina. Pero no pude participar de la gira por Europa por un desgarro en el aductor, y al perderte ese rodaje previo es muy duro incorporarse a un plantel. Tampoco pude ser parte del Preolímpico del 92 porque, si bien venía de ser campeón con Atenas, había terminado con mi rodilla muy inflamada y el torneo estaba encima. Fueron las dos ocasiones en las que me quedé con las ganas, la realidad es que nuestra carrera no es tan larga como para dejar pasar oportunidades.

-Rubén Magnano dijo que se tenía una visión errada de tu juego, que se te había rotulado de lento y apático, pero eras todo lo contrario… ¿Coincidís con esa opinión?
-Bueno, no me animaría a discutir con Rubén… (Se ríe). Cada jugador tiene diferentes características, pero la gente también te encasilla. Mi estilo era difícil de describir, no me interesaba ser un jugador de exhibición, sino todo lo contrario. Mi juego era opaco, buscaba ocultar para poder sorprender. Hasta mi lesión, fui un jugador muy dotado físicamente, tenía buena altura, mucho salto y gran velocidad. Recuerdo que, cuando el profe Walter Garrone (DT de Atenas) nos mandaba a hacer ‘suicidios’ para poder irnos, yo siempre me iba primero.

-Para los conocedores de nuestro básquet y quienes te han visto jugar, estás entre los más brillantes jugadores del país, pero tal vez en el ambiente en general no te reconocen tanto. ¿Creés que es así?
-No me interesó sobresalir a nivel mediático. Nunca dudé de mi juego, y el reconocimiento más importante -el de los más calificados-, creo que me sobra. Pero en ningún momento jugué para ser el mejor, yo trataba de ser muy preciso en lo que hacía falta para ganar. Aun así, siento que tuve el suficiente reconocimiento desde compañeros, entrenadores y dirigentes.

-Actualmente trabajás como agente de jugadores. ¿Cómo empezaste en esto y qué otras cosas hiciste luego de retirarte?
-Soy bastante inquieto. Tras mi retiro, tuve una concesionaria de autos, una granja orgánica y un hotel en las Altas Cumbres que actualmente es un parador. También tuve una agencia de teléfonos, fui personal trainer y director técnico. Me he movido mucho, me gusta estudiar y apostar a proyectos; algunos funcionaron, y otros no. La representación comenzó cuando mis hijos Pablo y Demián viajan a jugar a Italia en 2001, y allá también nos instalamos con toda la familia. Empecé manejándolos a ellos, después se sumaron mis otros dos chicos -Juan Manuel y Ariel-, y seguí creciendo con jugadores argentinos y extranjeros. De a poco fui sumando experiencia, estuve asociado con una agencia europea importante, y también en Brasil me conocían bien.

-En tu familia se respira mucho básquet, tus cuatro hijos fueron jugadores profesionales. Incluso Ariel continúa jugando en la Serie A y hasta en la Selección de Italia…
-Pablo jugó como juvenil en Bahía Blanca, y luego pasó a Regatas de Corrientes. Demián había debutado en Atenas, luego emigra a la segunda categoría italiana y llega a la Serie A. En 2014, jugó un buen torneo en Atenas y volvió a Italia para jugar cuatro años más hasta retirarse. A ambos los complicaron la misma lesión que a mí, en la rodilla. Y los dos se sumaron a la agencia de representación, Pablo desde hace 7 años y Demián un año atrás. Ellos están aprovechando todo muy bien, porque hoy tienen más energía que yo. Ariel lleva una carrera brillante, incluso de Selección, donde le quedan varios años más jugando a muy buen nivel. Y Juan Manuel jugó en la tercera categoría italiana pero, a pesar de que tenía mucho talento, no pudo subir por cuestiones reglamentarias. Hoy vive en Córdoba, trabajando en nuestro parador.

-Siempre seguiste ligado a Atenas de alguna manera. ¿Cómo has vivido estos años sin éxito del equipo más ganador de la LNB? ¿Tenés un análisis del tema?
-Creo que nosotros fuimos el puntapié inicial, pero siguieron grandes jugadores. Se vivió un exitoso proceso, que tuvo su cima en el McDonald’s 97. Pienso que las cargas se hicieron pesadas, se fue perdiendo la parte de formación y dejó de aparecer tanto talento. También el resurgimiento de Instituto, la falta de dinero y los problemas con el estadio fueron minando el progreso del club. Los dirigentes ya no son los mismos, pero hoy llegó Bruno Labaque, quien puede dedicar mucho tiempo y amor.

-¿Qué significó y qué significa el básquet en tu vida?
-Es difícil de describir. Como profesión fue maravilloso, gracias al básquet pude brindarle bienestar económico y calidad de vida a mi familia. Todo ese reconocimiento se trasladó a nuestra forma de presentarnos en la vida, tanto yo como mis hijos podemos golpear la puerta en todos los lugares donde estuve. A nivel de juego, sigo sintiéndome jugador, pero no en cuanto a una actividad deportiva, sino a una forma de enfrentar la vida y sentir las cosas. Salvo por las lesiones, el básquet ha sido algo sumamente reconfortante.
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